Un diyeridú es un instrumento musical de viento. Tiene 2000
años de antigüedad y un sonido que te hipnotiza. Los británicos lo llaman
didjeridoo, pero al castellano es didyeridú o diyeridú.
Una vez vi una película cortometraje que se titulaba “el
metro” en la que la banda sonora, era todo el rato el sonido del diyeridú… todo
el rato. Era cine mudo, solo estaba el sonido del diyeridú. Me absorbió tanto
esa música compuesta solamente por ese instrumento, que vi la película, algo así
como cuatro veces. La primera no la vi… solo me dedique a escuchar la música y
las otras, solo por escuchar la música… la cuarta vez que la vi ya dije “ahora
voy a ver de qué va el corto”.
Cierto día, estaba yo sentada en mi portalico, fumándome un
cigarrico… (esta frase va para los fans de Titicienta), cuando de repente…
¡zas!, apareció ante mí un diyeridu… y me hablo… me dijo… “Coni, soy el
diyeridu de los deseos, solo te puedo conceder dos, así que, apremia que el
tiempo es viento para mí”. Yo me quede perpleja, me quede sorprendida, siempre había
pensado que los que concedían deseos eran los genios de las lámparas maravillosas…
me quede con los dedos de los pies abiertos. El diyeridú me dio un toque en la
cabeza y me dijo… “espabila que tengo prisa”… y entonces le dije que quería ir
a un planeta donde estuviese sola porque quería ver que se sentía. El diyeridú
me contesto que a un planeta no podía llevarme porque él no tenía ese poder,
pero que me llevaba al satélite LuNa. Bien, llévame a la LuNa. “Y tu segundo
deseo Coni?... le dije que se lo diría después.
De repente me vi en la LuNa mas sola que la una. Me senté en
un pedrusco… y me dedique a contemplar la tierra… era una enorme bola azul
preciosa, con matices ocres y blancos. Cuando
me venció el sueño, me recosté en el pedrusco pero no podía conciliarlo, oía
cosas que venían del planeta azul. Oía un piano que me producía tristeza, una
guitarra eléctrica que me producía alegría. Oía cascar un huevo, batirlo, echar
cola en un vaso y las burbujas reírse… pero estaba sola conmigo misma. Pasaron los
días y seguía oyendo el mismo tipo de cosas… oía explotar los volcanes, una
pompa de chicle romperse en la boca, una tiza deslizarse por una pizarra… pero
mi interior no me decía nada… “me dan ganas de decirle al diyeridú mi segundo
deseo y es que me deje escucharme a mí misma”… pero eso no sucedía, solo
escuchaba sonidos terrícolas… solo había soledad, si al menos pudiese estar
conmigo misma… pero eso no sucedía. A medida que iban pasando las horas,
pensaba en el segundo deseo… pero no se me venía nada a la cabeza… me había
acostumbrado a estar sola y ni yo misma me hablaba… triste, desolada, sin saber
en qué pensar… cuando de repente sucedió el milagro… ¡escuche un diyeridu sonar
como si no hubiese mañana! ¡sí! ¡ya sé lo que quiero!... ¡quiero volver a la
tierra!... De vuelta, empezó mi cabeza a
pensar y a hablarme, mi yo interior había vuelto… ya podía meditar, de vuelta
al mundo, de vuelta a todo, de vuelta a mí... y es que cuando queremos estar tan lejos y solos, perdemos la cobertura con nosotros mismos.
Precioso Coni!!!! la soledad a veces es buena y necesaria , pero no tan buena cuando lo que quieres es retomar tu vida y dar gracias por estar ahì. Nosotros te queremos siempre ahi,...por favor no nos abandones!!!! te quiero
ResponderEliminarPORRI
Creo que tu imaginación, no es más que unos sentimientos tan profundos que tienes. Has comprobado que no se puede vivir demasiado tiempo en soledad. Yo la odio. Para pedir cualquier cosa, puedes recurrir a ese instrumento con su música maravillosa y mágica. Para pedir compañía, no es necesario ese instrumento. Tu familia y amigos te la ofrecemos. Aún recuerdo ese te imaginario:
ResponderEliminar« uno o dos terrones?». Salimos la balcón. Recuerdas?. Me ha emocionado tu hermana. Un beso!.