El ratoncito salía y se paseaba por casa. Comía lo que encontraba por el suelo y volvía a su agujerito de la pared. Un día que Avira estaba leyendo en su sillón, vio algo moverse por el suelo… algo pequeño… “Uy, si parece una cucaracha, pero es muy grande para una cucaracha”… entonces fue cuando, espiando y en silencio, lo vio. Era un ratoncito gris, pequeñísimo, con los ojos muy grandes y de orejitas rosas. “¿Cómo se habrá colado un ratón en casa?”, pensaba Avira… y rastreando con la mirada al ratoncito, vio que se metía por un agujerito que había en la pared. Pensó en ponerle veneno, pero la pena y la ternura se apodero de ella y lo descarto. Compro una jaulita pequeña, que poniéndole comida dentro y con el peso del ratoncito, la puerta se bajaba y quedaba atrapado… pero el ratoncito pesaba tan poco, que se comía la comida y la puerta no se bajaba. Como no tenia queso, le ponía butifarra y el ratoncito se pegaba unos festines de aúpa. Un día le dijo un amigo que
Si te identificas con alguna de estas historias, es porque todos estamos conectados.